10 dic 2017

¿Ha sido nuestro universo diseñado por un creador o es el resultado de un proceso de selección natural?

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Imagine que está usted deambulando por un desierto inhóspito, en el cual, además de arena, lo único que pueden verse son piedras y algo de musgo, y que, de pronto, encuentra en el suelo un bonito reloj. Si usted lo inspecciona en detalle, lo desmonta y estudia su mecanismo interno de ruedas dentadas, se dará cuenta de que se trata de un dispositivo altamente complejo y delicado en el que cada una de sus partes está perfectamente colocada para servir a un propósito colectivo: indicar la hora. En efecto, si alguna de las ruedas de sus engranajes hubiera sido un poco más grande, o un poco más pequeña, con ruedas un poco más anchas o un poco más delgadas, el reloj no funcionaría. Y lo mismo podemos decir de cada muelle. Cada una de las partes del reloj contribuye con tanta precisión al funcionamiento de la máquina completa que no podríamos llamarle a usted irracional si concluye en ese momento que ese reloj ha tenido que ser diseñado por un ser inteligente.

Al igual que el reloj, los seres vivos también están aparentemente dotados de un propósito: un proyecto teleológico que consiste en mantener con vida a ellos mismos y su descendencia. En 1802, el teólogo inglés William Paley, en su obra Teología Natural, usó el ejemplo del reloj para argumentar que la explicación más racional que podemos dar del hecho de que cada una de las partes de cada organismo vivo esté perfectamente colocada para servir a ese proyecto teleológico es que alguien lo haya diseñado así [Paley1802]. Para Paley, darse cuenta de que las diversas partes de un sistema están dispuestas de forma casi perfecta para cooperar en un propósito global es suficiente para poder afirmar que el sistema ha sido diseñado por alguien. Y esto se puede aplicar tanto al reloj como a los seres vivos.

¿Ha sido nuestro universo diseñado por un creador para que albergue vida? Eso es lo que vamos a analizar en este artículo.