Cerramos
las fronteras para que no se infiltrase el espíritu de Europa, y Europa se
vengó alzando sobre los Pirineos una barrera moral mucho más alta: la muralla
del desprecio. Desde fines del siglo XVII, nuestros sabios, nuestros filósofos,
nuestros literatos, dejaron casi enteramente de ser leídos y citados. [...] hemos
vivido, pues, durante siglos recluidos en nuestra concha, dando vueltas a la
noria del aristotelismo y del escolasticismo y desdeñosos (con excepción de
pocos paréntesis) del poderoso movimiento crítico y revisionista que impulsó en
Europa a las ciencias y a las artes. [...] A causa de esta incompleta
conjugación con Europa, nuestros maestros profesaron una ciencia muerta[1].
Con estas
palabras, el que a la postre sería premio Nobel de Fisiología y Medicina, el
navarro-aragonés Santiago Ramón y Cajal, finalizaba, en su discurso de ingreso
a la Academia
de Ciencias en 1897, una recapitulación de las distintas teorías propuestas
desde finales del siglo XVIII sobre las causas del atraso científico español
con respecto al resto de Europa. De acuerdo con este punto de vista, el hecho
de que nuestro país hubiera hecho tan pocas contribuciones notables a la Ciencia desde el siglo
XVII hasta finales del XIX no se debe a que en España
hubiera poca actividad científica durante este periodo, sino fundamentalmente a
que en las universidades españolas se trabajó dentro del marco teórico de paradigmas
científicos obsoletos: en Física predominaba el aristotélico, adoptado
por los escolásticos; en medicina, el de Galeno; y en
astronomía el de Ptolomeo, por poner algunos ejemplos. Fuera de los marcos
teóricos modernos, al margen de las orientaciones filosóficas abiertas en la Europa del siglo XVII
y sin practicar el conjunto de métodos de investigación instaurados en el resto
del continente, los maestros españoles quedaron al margen de la evolución del
pensamiento y desarrollo científico europeo[2].
Su ciencia estaba muerta porque se desarrollaba en el contexto de paradigmas muertos.
Esta oscura
etapa de la Historia
de la Ciencia
en nuestro país nos sirve como introducción del breve apunte que pretendemos
hacer a continuación acerca de la importancia que, en el desarrollo de toda
actividad científica, tiene el marco teórico en el que ésta se desarrolla. De
hecho, el punto de vista generalizado en Filosofía de la Ciencia desde los años 60
del pasado siglo es que, para poder acercarnos a una concepción de las ciencias experimentales más realista que la de las
corrientes anteriores (positivistas, falsacionistas,...), es fundamental
comprender el contexto en el que tiene lugar la actividad y esto incluye tanto
el entramado sociológico como el teórico[3]. En este artículo vamos a
citar algunos ejemplos en los que la importancia del entramado teórico es tan
grande que llega incluso hasta el punto de prevalecer sobre los efectos que
otro tipo de influencias podrían provocar.